martes, 30 de noviembre de 2010

El Silencio de la Montaña, Capítulo I, II, III

CÁPITULO I

Vivir una sobrenatural aventura no era precisamente lo que esperaba de ese instantáneo viaje. Lo pensó tan solo un momento, es más, al parecer ni lo pensó. Fue un impulso inesperado lo que la guió a aceptar aquella ridícula apuesta. A ella le invadía una soberbia y mágica inquietud aventurera y no porque le gustase el riesgo, ni desease enfrentarse a ningún animal salvaje, sino porque deseaba enfrentarse a su soledad interior, buscar un recodo de tranquilidad en el fondo del alma y poder encontrarse consigo misma, averiguar por qué se había disipado la inspiración de su mente, por qué el duende o la musa que le hacía volcarse de lleno sobre el papel en blanco había abandonado su redil y no hallaba respuesta entre tanta multitud diaria en esa metrópolis urbana en la que la humanidad se suele desenvolver cada día. Para ella esa rústica aventura le hacía vibrar algo por dentro que motivaba su inquietud animándola a desafiar su mente dormida.
Cuando sus ingeniosas amigas: Clara y Sandra le relataron la macabra historia que rondaba sobre ese lugar en la montaña, por un instante se le puso los vellos de punta, aunque después de pensar en aquellas intrigas que para ella solo eran meras suposiciones, palabras inventadas que corrían de boca en boca como leyenda urbana inventada quizás por alguna mente creativa para atraer cierto público hasta ese lugar, le importó “un comino”. Por lo demás se suponía que todo era un negocio al fin y al cabo.
La verdad, decidirse o no, no le fue difícil, ya que no creía en ese tipo de paranoias y aceptó la apuesta sin dilaciones para permanecer varios días alejada de la ciudad, sola, en una cabaña en la loma de una blanca montaña rodeada de verde bosque y a la que una macabra historia le precede.
El viaje resultaría interesante yéndose preparada para imprevistos.
Cuando al fin llegó, el auto se detuvo a unos metros de la puerta y sus amigas se despiden de ella sonriendo maliciosas con macabra intención. Pensando en lo malas que podían ser enviando a la mejor amiga al destierro, al peligro, sabiendo la verdad sobre ese lugar. Eso la hizo recapacitar sobre la mentalidad de ambas, y en la grata confianza que tenían sobre ella.
Viendo el coche alejarse traga saliva, observando el ambiente frío y sobrecogedor. Está delante la puerta con su equipaje y varias cajas cerradas mientras una delicada brisa le roza la cara. Piensa en lo convenidas que son sus amigas al asegurar su permanencia en ese sitio alejado de la mano de Dios. Así, saben que no tiene escapatoria, que cumplirá el pacto y dentro de los días marcados ellas regresarán para recogerla. De todas maneras no estaba arrepentida de haber aceptado la apuesta, solo quería aprovechar la oportunidad de estar tranquila, pensar, y ese era al parecer un idílico lugar para ello.
Al abrir la puerta oye el chirriar de las bisagras desgastadas que le hacen sonreír recordando las intrigantes voces de sus anheladas amigas.


Dentro, el interior es bastante acogedor presidiendo en el centro de la sala única, una chimenea de boca grande, negra por la tizne. Una cortina separa el dormitorio del resto de la casa. Descubrió el baño en el exterior al lado del cobertizo. Pensar en que la noche cae deprisa, el frío que hace y tener que salir cada vez que… bueno, no quiere pensar en ello.
Acomoda sus cosas y la comida compuesta por latas, fruta y pan… No tiene electricidad y eso le pone algo nerviosa, pero claro solo serán unos días nada más.
La noche baña poco a poco con su oscuridad el interior de la cabaña. Enciende la chimenea y unas velas dando un toque de sobriedad hogareña a la estancia.
Por un momento recuerda las palabras inquietantes de Clara, que era casi la que llevaba la voz cantante sobre esa extraña situación. En eco repetido le llegan susurrando como un lamento dando consejo de lo que tiene que hacer al llegar la noche. Le advirtió de que la puerta y ventanas estuviesen bien cerradas y que sus oídos estuviesen protegidos por unos cascos de música con entonación alta.
_ ¡¡Qué loca!!_ murmura sola, esbozando una leve sonrisa de incredulidad.
Se sentó en el sillón frente al calor de la chimenea con una copa de vino  y algo de picar. Puede observar desde su perspectiva que por las paredes de madera hay retratos de viejos cazadores mostrando a la cámara sus trofeos de caza. Están sonrientes y parecen satisfechos.
Piensa en la posibilidad de intentar tener en cuenta ese especial detalle a la hora de usarlo como posible idea para provocar la llegada de la esfumada inspiración.
El chisporroteo de la leña y el calor desprendido, acompañado de una inesperada tranquilidad, envuelven su cuerpo provocando a sus párpados una complacida capacidad para cerrarse buscando el descanso, con ganas de querer soñar.
Mientras eso ocurre, recuerda el instante en que firmó el contrato de alquiler, de cómo aquel hombre de mirada lánguida le observaba perplejo, confundido, al saber que estaría sola en un lugar tan solitario. Ella sonrió tranquila, convencida de su decisión y muy relajada, sin temor alguno, mientras sus amigas sonríen pícaras y divertidas, como dos viejas brujas cómplices de acometer tan diabólico plan.
El sueño hace mella y se apodera de su psicología, llevándola a una apacible serenidad acostumbrada poco a ese placentero silencio. Entonces siente algo que la confunde y hace sobresaltar su instinto de protección inclinándose de pronto y de golpe hacia adelante, como si alguien le hubiese hablado inesperadamente al oído en un extenuado susurro envuelto en un helado soplo, que rozó su cuello helándole la piel. Esa experiencia le hace sentir confusa y una extraña sensación incómoda, mas sabiendo que no hay nadie con ella, está sola. Lo primero que se le vino a la mente fue, pensar en el subconsciente. Ha sentido pánico y el corazón lo tiene acelerado y no entiende por qué. Intenta mantener la calma controlando la situación, siendo consciente de que se enfrenta a una considerable tranquilidad, de que los ruidos no existen y que todo está en su cabeza confusa y llena de historias sobrenaturales que alimentan la irrealidad. No puede tomar en serio lo que no es creíble.
Tomó aire y recapacitó, volviendo a la normalidad, alejando los miedos y centrándose en: crear su libro. Había ido a ese lugar para descansar y no para pasar miedo gratuitamente.
Las horas vacías se suceden rápido y el sueño puede con ella volviendo a dominar sus sentidos. Cobijada en una manta al calor del fuego, los párpados caen pesados ignorando al silencio.
Inesperadamente… un soplo helado recorre su cuello envuelto en otro susurro de palabras inaudibles que penetran en sus témpanos haciendo estremecer la piel por el terror que le provoca. Vuelve el sobresalto y al levantarse de sopetón huyendo de algo que no ve, choca con la mesita y la copa vuelca derramando el rojo vino sobre el papel en blanco del bloc. Busca en las sombras de los escasos rincones de la habitación con la mirada exaltada intentando identificar a quien provoco su pánico.
Sabe de antemano que no hay nadie con ella. Y de nuevo las palabras de Clara retumban en su cabeza recordando cuando le repitió varias veces que protegiera sus oídos con una escandalosa música. Eso le hace buscar entre las cosas que hay en una de las dos cajas. Cuando encuentra los cascos se los coloca encontrando la melodía adecuada que oriente su pensamiento en otra dirección. No puede callar el susurro que se repite en su mente abrazando sus sentidos.
La eléctrica música se mezcla con las filtradas palabras susurradas por algo que le pone los vellos de punta. Sube el nivel para callar la voz mientras huye a un rincón de la habitación, abrazándose a sí misma intentando llegar a una clara conclusión sin caer en la cuenta de poder volverse loca. Todo es escabroso, pensando que sin quererlo está aterrada.


Los primeros rayos de sol tocan el interior de la cabaña aunque no es precisamente lo que la despierta. Un estridente sonido, el motor de una herramienta alerta sus sentidos despertándola de pronto. Se frota los ojos y llevándose las manos a la cabeza descubre que los cascos están en el suelo. No entiende de donde proviene el ruido. Con las legañas aun pegadas se dirige al fregadero y abre el grifo para enjuagarse la cara secándose con papel de cocina. Busca con la mirada a través del cristal de la ventana que tiene frente a ella, pero no ve a nadie.
Decide salir al exterior. Se coloca un anorak y unas botas. Abre la puerta y recibe la primera brisa fría de la mañana que acaricia su rostro. Puede oír con más claridad el sonido del motor. A priori, sospecha de que una moto sierra está siendo manejado por alguien.
Sale y camina sobre la nieve. Mientras lo hace observa a su alrededor y no ve a nadie. Puede disfrutar del paisaje, propio de una estampa navideña. Después de andar durante un rato y de oír el crujido bajo sus pies de la blanca nieve, se aleja varios metros de la cabaña.
Oculto entre los pinos hay un hombre bien abrigado, lleva orejeras y gafas protectoras manejando una moto sierra. Esta limpiando la zona de ramas secas.
Ella lo observa pasmada, tímida. No esperaba encontrarse con nadie. De pronto el extraño se da cuenta de que es observado y deja la labor detenida, parando la herramienta y descansándola sobre la nieve. Descubre sus ojos y muestra su rostro joven y agradable. Sonríe caminando unos pasos hacia ella para hablarle.
_Disculpe, ¿la desperté verdad? Lo siento, no pretendía romper su descanso.
_Bueno… no importa.
_Permita que me presente…_ ofrece su mano desnuda del guante acercándose más a ella_. Soy Víctor, ayudante del guardabosque_ expresa simpático.
_ ¡OH!_ emite un leve sonido de confusión_. Soy Elena_ dice ofreciendo su mano. Ambos se presentan con cordialidad.
_Supuse que había llegado alguien a la cabaña, aunque al no ver auto alguno en la puerta… Anoche vi luz y…
Ella esta intrigada aunque no sabe si tener miedo o no a la presencia de ese hombre. Pensar que tener cerca a alguien la tranquilizaba.
_Bueno, si necesita algo o alguna cosa, me puede encontrar por aquí. Estoy quedándome más arriba en la cabaña del guardabosque. Este es un lugar muy tranquilo y no suele venir nadie últimamente, hace tiempo que no se caza.
_AH bien, gracias_ dice cortada.
Elena se siente intimidada. No sabe qué pensar al respecto. Quizás la culpa de ello lo tenían sus ojos almendrados y su piel blanca. Entonces le preguntó…
_ ¿Hay lobos por aquí?
_Bueno, no expresamente, no suelen bajar hasta aquí. No se preocupe, ni los osos tampoco vienen por esta loma de la montaña.
_Vale, me quedo más tranquila, gracias. Le dejo trabajar.
Se despide de él mostrando una leve inquietud mientras sonríe, volviéndose hacia la cabaña a paso apresurado. Al girarse oye de nuevo el sonido de la moto sierra a su espalda y regresa sobre sus pasos.



CAPÍTULO II


El día se le hace eterno dando paseos repetidos en el mismo habitáculo. Una parte de ella está desconforme a que llegara la oscuridad de nuevo. Solo pensar en aquel siseo, susurro frío y aterrador que le hizo helar la sangre, le hace sentir impotente en esa considerable sobriedad. No quiere obsesionarse con ese instante macabro. Solo creer que parte de esa locura es tan solo una falsa suposición, una invención del subconsciente animado por la superstición de una idea originada en la más absurda de las creencias humanas.
Las ideas no fluyen como esperaba en su cabeza. Está en blanco absoluto, no puede calcular el tiempo que necesita para que la perdida inspiración retomara el camino hacia su mente.
Se sienta en el sofá abrumada con la mirada perdida en la pared donde observa desde la distancia  los viejos y antiguos retratos en blanco y negro e incluso en color sepia. Esos hombres mostrando orgullosos sus presas en un tiempo extraño y diferente. Intenta imaginar esos momentos, pero le es difícil calcular las cosas, no sabe nada de caza ni cuando pudo suceder los hechos; necesitaba Internet. Del lugar ya sabe que es extraño, que le rodea una excitante historia de la que no cree nada, aunque haya sentido la presencia de alguien, ese ser que desvela sus sueños susurrando a sus oídos un aliento frío y desgarrador. Solo puede llegar a una conclusión clara sobre ese lugar: que era un punto de encuentro para cazadores.
Un humilde refugio donde reunirse para debatir opiniones y compartir el mismo gusto por la caza. Y al parecer todo eso cambió un día. Llegó a convertirse en un lugar aparentemente idílico donde los turistas acudían para encontrarse con una historia sorprendente, macabra que lo envolvía todo de oscuro, convirtiéndolo en un lugar maldito y espantando a futuros inquilinos.

El tiempo pasa descuidadamente para su soledad y observa como la oscuridad empieza a acariciar el interior del hogar.
Elena enciende la chimenea calentándose el ambiente frío. También prende varias velas para iluminar la sala que luce tétrica y desoladora.
Tiene preparados los cascos y revisa las pilas por si están bien puestas, disponiéndose a cenar algo. Oye de pronto la leña, como saltan las chispas entre el fuego y eso la sobresalta.
No ha llegado aun el cansancio a los párpados cuando se pronuncia el intenso susurro rompiendo el silencio de la tranquilidad en la que se encuentra.
Su cabeza automáticamente se inclina, se gira como un autómata programado que busca a su alrededor una sombra que identifique la voz que le habla, que siente como venida desde lo más profundo de la oscuridad. Intenta no ponerse nerviosa y pensar fríamente, sin querer asustarse. Tímidamente se pone de pie y toma los cascos en mano, preparada para soportar la despiadada música, pero antes observa entre las sombras y no ve nada, ni a nadie visible, pero sí siente que no está sola. La voz inquietante emite su peculiar sonido de ultratumba, erizándole la piel y recorriendo su cuerpo un descontrolado escalofrío. No puede pensar, no sabe qué creer. Entiende que puede ser parte del trabajo de una mente confusa. Una jugarreta del subconsciente. No puede creer en esa realidad desconocida ni en leyendas absurdas. La está viviendo en carne propia y le da vergüenza aceptar que sus amigas tenían razón a pesar de que ellas admitieran no creer en ello. Solo necesitaban saber si ella era capaz de soportar la soledad de ese lugar aun sabiendo su secreto y ganar con ello la apuesta.
Cuando el instante se hace imposible de resistir se pone los cascos para taponar la mente con la música estridente y concentrar sus energías en otra cosa. Traga nudo y cierra los ojos poniéndose a rezar, hacía tiempo que no lo hacía.

Amanece un nuevo día y aparece tendida sobre el sofá con apariencia de derrota y cansancio. Cuando un rayo de sol entra rozando su rostro, despierta y se inclina como dolorida por una mala postura. Los cascos están en el suelo.
Mientras se refresca la cara en la cocina puede ver el exterior desde la ventana empañada por los vapores condesados durante la noche. Parece que está ante ella un día estupendo que invita a pasear. Hace café en la hornilla de leña y se asoma a la puerta para apreciar el entorno en primera línea. Se le escapa un suspiro extenuado rozando la melancolía, cuando el aroma del café la despierta de su leve ensoñación.
Después de desayunar algo, sale al exterior de la cabaña vagando por su cabeza la idea de que su estancia en ese lugar está llegando a su fin. Por fin llegará el instante que vea llegar el coche de Clara que viene a recogerla junto a Sandra. Aunque al caminar unos metros pensó en ese guardabosques, si fuese quizás a buscarlo para que le ayudase a salir de ese infernal lugar…
Abrigada con el anorak, camina sobre la nieve apretada. Oye su crujido bajo sus pies en un silencio nítido y solemne. El blanco nieve casi puede llegar a ser cegador bajo un sol reluciente que brilla como nunca. Teme perderse, pero lo intenta. Busca el trayecto que le lleve hasta la cabaña de ese joven que ofreció su ayuda el día que le conoció.
De pronto, un ruido proveniente de unos matorrales la sobresalta. No ve nada a su alrededor. Pudo ser algún animal del bosque, pero no lo ha visto.
Sigue su camino volviendo de pronto la mirada hacia atrás, sabe que ha caminado mucho y teme perderse al reanudar el paso. Toma aliento entre suspiros de angustia y se enfrenta a sus miedos queriendo encontrar la cabaña del guardabosque.
Por fin, en un desesperado recorrido en donde todo es igual, divisa en medio de la arboleda la silueta de una cabaña. Detiene por unos instantes el paso para tomar aliento. Observa a su alrededor sintiendo el silencio del bosque como si fuese un lugar de inminente soledad. Piensa en la posibilidad de que verdaderamente no viviese nadie en ese lugar.
Se aproxima hasta la puerta y pega en ella varias veces, pero sin resultado. Lo intenta de nuevo y percata como la puerta se abre sola invitándola a pasar. Alza su voz llamando al joven mientras entona un leve saludo al penetrar en la estancia.
_ ¿Hola? ¿Hay alguien en casa?_ dice_ Señor… ¡Víctor! ¿Está presente?
Elena está sorprendida y cohibida al tener ante sus ojos un deshabitado lugar. No hay nadie, ni huella alguna de que viviese nadie desde hace años en ese sitio. Todo está sucio, descolocado, viejo y abandonado. Al pasearse por la estancia polvorienta, repasa con un dedo sobre la mesa rota a falta de patas, carcomidas por el tiempo. No puede entender ni comprender nada y eso le hace sentir estúpida, triste y a la vez asustada._<< ¿Dónde está Víctor?>>_ masculla entre dientes.
Al salir al exterior siente la fría nieve en forma de brisa. Todo lo ve igual. Blanco e infinito, hasta le da vértigo verse, saberse en esa soledad. Por su mente pasan ideas descabelladas, como que todo es parte de un juego, una broma. Espera ver salir de entre los matorrales a sus amigas gritando algo así como…: INOCENTE. ¡Te lo has creído todo!
En su rostro se dibuja la estela de una leve sonrisa. Ingenua se echa a andar buscando el rastro de sus huellas sobre la nieve para regresar a su cabaña. Menos mal que no nevaba, hubiese borrado las marcas de sus botas y… bueno no quiere pensar en ello.
Envuelta en el frío y la soledad observa el entorno dando la impresión de que es acechada por algo o alguien. Camina de pronto más rápido. Sus ojos buscan desesperados en la lejanía de un entorno repetitivo. Percibe que la observan, pero no sabe el qué. Es un instante delicado y solo desea volver a la cabaña y encerrarse en ella, aunque no le agrade compartirla con un fantasma.
El regreso se le ha hecho pesado y cuando al fin consigue llegar hasta la puerta se agarra con ganas al pomo y una vez dentro se encierra en ella. En un impulso descontrolado busca el móvil y cuando lo encuentra aprecia que no hay cobertura, cosa que sabe, pero la imposibilidad de encontrar una solución le lleva a ello. Tiene la mente aturrullada por el ambiente y solo desea salir cuanto antes de ese sitio extraño. _<>_ dice en voz alta en su soledad.
La noche cae de nuevo. La chimenea encendida y la cena sobre la mesa. Los cascos colgados del cuello listos para el momento, cuando la voz desesperada acaricie sus sentidos helándole la piel, no tenga más remedio que hacer uso de ellos. Observa la puerta y toda la perspectiva que cubre visualmente sus ojos. No quiere dar la espalda al inquilino, prefiere tener la pared y buscar con la mirada a su acompañante nocturno. El silencio se hace largo, eterno. La tranquilidad recorre la estancia doblegando su cuerpo agotado que intenta no dormir sin antes colocarse los cascos taponando los oídos.
El crispar de la leña es la nota que marca el silencio que ensordece los sentidos. Sin darse cuenta los párpados caen sobre sí buscando el sueño, pero como era de esperar salta de nuevo la intranquilidad al volverse a oír esos lamentos, susurros de frialdad y lejanía. No quiere creer en ellos, ni sentirlos, tapándose los oídos con las manos. Solo desea pensar que son proyecciones de su celebro que los crea, animado por las ideas que alberga en su mente sobre ese lugar. Sueña con que le queda solo cinco días para que ese calvario acabase por fin.
Intenta luchar contra ese dolor, ese lamento de penuria y pánico que envuelve sus sentidos. Justo cuando en el envoltorio de ese siniestro instante se sucede, suena la puerta… ¡¡POM, POM!!
El corazón se sobrecoge y no entiende quién puede haber tocado en ella, quizás el fantasma que se ha decidido a hacer acto de presencia. Por un momento se le ilumina la cara, al pensar que sus amigas habían decidido regresar a por ella, después de hacer acto de conciencia y pensar lo mal que pudiera estar pasándolo. También caviló sobre que todo había sido parte de una función, una broma pesada a la que le habían puesto fin y habían decidido rescatarla de su sufrimiento. Quiere creer esa idea surrealista, pero todo cambia cuando tras la puerta siente la presencia de alguien y al abrirla después de exhalar un extenuado suspiro se encuentra con Víctor.
_ ¿USTED?_ pronuncia en un tono desalentador.
Sus ojos se muestran acuosos penetrando en la mirada del otro mientras un extraño sentimiento navega por sus instintos embriagados por esa soledad. Pronto cae rendida buscando el abrazo de ese extraño que percata su mal estado y nerviosismo.
_ ¡Oh Dios mío! ¿Le ocurre algo?_ pregunta confuso.
Abrazándola sosteniéndola entre sus brazos fuertes la compaña al interior de la estancia cerrando entre silbidos fríos de la tempestiva noche; la puerta. Pronto siente el calor del fuego e intenta consolar a la mujer que llora asustada como una niña.
_Está pálida, ¿le ocurrió algo? ¿Se encuentra bien?
_ ¿Dónde estuvo usted todo el día?_ le dice después de dejar de sollozar y parecer más tranquila.
_Fui al pueblo, a por provisiones, se acerca una tormenta. ¿Por qué?
_Estuve buscándolo en la cabaña, pero… no lo vi y…_ expresa algo tímida, titubeante.
Por unos instantes se pierden en la mirada del otro. Ella está preocupada por su salud mental y no quiere parecer una loca ante ese hombre, pensando que pudiese ser peligroso. El guardabosque trae algo en las manos que hasta el momento no había podido apreciar, por su emoción al despertar del pánico.
_Este lugar no es apto para “culos inquietos”_ dice en un tono irónico, poniendo un toque de humor sacándole una sonrisa a ella.
_La verdad es que es inquietante el silencio y bastante perturbador.
_Sí, puede llegar a desquiciar a cualquiera mientras te acostumbras a la soledad del bosque. Después, todo es rutina y siempre lo mismo, hasta que llega un nuevo visitante.
_Por lo menos tienes con quien hablar un rato.
Le invita a sentarse al fuego. El joven se ha quitado el abrigo y todo lo que envuelve su cuerpo para el frío. Le muestra el termo de café que le ha llevado como regalo de bienvenida. Además de saber de su soledad y de lo mal que lo estaba pasando quiso hacerle compañía por un rato. Ella le muestra su hospitalidad y pone unos dulces en un plato.
_Espero que le guste el café_ expresa tímido y agradable.
_Gracias_ responde_. Disculpe lo de antes, la verdad, me sentía mal y al verle llegar fue como un alivio el saber que no estoy sola en un lugar como este_ añade disculpándose.
_No pasa nada, lo entiendo. Ya le digo que este no es un lugar muy adecuado para personas que no estén acostumbrados al silencio de la montaña.
Sirvió el café calentito en unos jarrillos de lata y le ofreció al extraño el suyo. Intenta centrarse en la visita y no pensar cosas negativas de ese hombre amable que solo quiere hacerle compañía.
_ ¿Por qué vino aquí?_ le pregunta él.
_Bueno, es una loca historia, el motivo de mi presencia en este lugar_ muestra una leve sonrisa_. Todo por culpa de mis amigas y una apuesta.
_ ¿Por una apuesta?_ repite riendo cómico, incrédulo.
Ella sonríe de nuevo mostrando más tranquilidad y confirma con la cabeza. Por un momento se olvida de los lamentos y los susurros helados, solo oye su propia voz y la del joven.
_ ¿Verdad? Cosas de locos_ concreta animada_. Y después de lo que se dice de este sitio…
_ ¿Qué se dice?_ pregunta cambiando su semblante, parece más frío y seco.
_Usted debería saber algo, vive aquí, se pasa la mayor parte del tiempo en el bosque_ comenta convencida_. Yo en cambio soy forastera y sé de sus leyendas.
El silencio se abre de nuevo entre sorbos de café, cruzando las miradas clavándose en las pupilas contrarias. La expresión de Víctor no era muy agradable, en ese instante está serio y eso la desconcierta a ella.
_ ¿De veras no sabe nada de ello?_ insiste en la pregunta, con desánimo.
_No sé a qué se refiere. ¿Qué dicen de éste lugar?_ interroga, mientras sus ojos parecen cambiar el tono del iris, como si se viera dentro de otra mirada, a ella le impacta sintiendo un leve escalofrío extraño que le hace sentir incómoda.
_Bueno, quizás solo sean habladurías, leyendas callejeras que contaron sobre esta cabaña.
Puede captar la fuerza de su mirada mientras toma café. La joven Elena no sabe cómo actuar y casi desiste de relatar la verdad sintiendo desconfianza.
_Bueno, cosas que quizás no haya que darle importancia. Hechos que pudieron ocurrir, desapariciones y cosas así, gente que enloqueció después de una estancia en este sitio. No hay que creer en todas esas cosas, ¿no cree?_ comenta algo nerviosa pero que no quiere aparentar.
_Y entonces, si sabe todo eso, ¿qué hace aquí?
De pronto se queda callada intentando no desvariar y parecer lo más lúcida posible. Observa a Víctor mientras su corazón late inquieto, temeroso.
_No creo en esas cosas_ dice de pronto, muestra una sonrisa disimuladora.
_Creo que será mejor que me vaya_ comenta él dejando el jarrillo sobre la mesita_. Si necesita algo, ya sabe dónde encontrarme, si quiere ir al pueblo a comprar… lo que sea, estoy a su disposición_ añade tomando el abrigo, los guantes, el gorro y la bufanda_. Cierre bien cuando salga_ le dice desde la puerta justo antes de cerrar.
Se despiden amistosamente y cuando cierra la puerta deja caer su frente sobre la madera. Hecha el cerrojo y después cae rendida al suelo espalda, sentada sostenida contra la puerta y con cara de pesadumbre. No entiende a qué se enfrenta en esa realidad que más parece un sueño virtual de una mala pesadilla.




CAPÍTULO III

Cuando amanece es el tercer día de malas noches. No sabe qué hacer con su situación. Oír esos extraños lamentos o voces, era como un dolor permanente en su mente que no le deja centrarse ni pensar coherentemente.
Al final llega a la simple conclusión, de que haberse ido hasta ese lugar, había sido un absurdo. Hacerse la valiente, no le ha merecido la pena. Pensar que podía enfrentarse sola a esa situación macabra, creyendo que no iba a ocurrir nada de lo relatado por su amiga. Hablar con Víctor no le solucionó nada, no parecía estar de parte de ella. La expresión de su rostro y la confusa mirada que le profesó, le hizo dudar de la verdadera identidad de ese extraño e incluso de sus verdaderas intenciones. Está sumida en una grave desesperación que no sabe dónde la va a llevar, en un cruce de caminos sin salida, quedando como una tonta, una loca, al exponer sus ideas sobre ese lugar a ese aparente, comprensivo extraño.
Por otro lado, sabe que está envuelta por una extraña energía que quiere de alguna forma comunicarse con ella, no sabe cómo, pero la siente cerca cada oscuridad. Le aterra creer que todo forma parte de su mente activa, que dibuja sin querer la silueta de un fantasma que no existe. Pensar en ello le pone nerviosa, llegando a sentir que se vuelve loca. Y no es así, sabe que no está loca, que todo es real, y lo prefiere, prefiere enfrentarse a un ente errante que busca su ayuda, a tener que demostrar su cordura y acabar en manos de un psiquíatra.
Quizás, mirando bien las fotos, observando sus detalles, pueda llegar a alguna conclusión. Fijarse en sus rostros, en el entorno, pueda obtener la llave de la puerta que abra mostrando el camino correcto para descubrir la verdad. Se acabó el miedo, enfrentarse a esos fantasmas le ayudará para salir de ese enigma que no sabe cuando comenzó a serlo. Ya está infiltrada por alguna razón que desconoce, quizás el destino, o fuerzas poderosas que la eligieron para ello.
Es escritora, quería una inspiración, una idea, y ahora la tenía, una oportunidad que como profesional no podía dejar escapar. Solo le aterraba enfrentarse al espíritu cuando hiciera acto de presencia, cuando estuviera preparada para mirarlo a los ojos y saber por qué le habla y qué necesita de ella.
¿Quién es Víctor?_ lanza la pregunta al aíre. ¿Por qué de pronto aparece y desaparece? ¿Dónde está la cabaña? Ella estuvo allí y no había nada. Un lugar abandonado y tétrico.
Está por pensar que éste hombre es también un espejismo, un ser que vaga por el bosque caminando entre la nieve buscando un descanso que no llega. ¿Y el café? ¿Los fantasmas saben hacer café?
Decide salir a pasear y despejar la mente, aunque cuando lleva camino y medio recorrido recuerda que le dijo algo sobre una tormenta de nieve. Ya es tarde para volverse, y solo puede arriesgarse a llegar a la cabaña del guardabosque.
Anduvo por la nieve marcando huellas en ella, cuando de pronto siente un extraño sonido, no pudo disociar si era un animal o qué. El corazón le palpita emocionado por el temor a encontrarse con un animal salvaje y ser presa de sus fauces. Cuando a unos metros puede ver la frontal de la desgajada cabaña, siente alivio aunque sus paredes no fuesen a servirle de mucho. Oye tras ella, el aliento de una bestia salvaje. Se gira delicadamente y sus ojos se abren sorprendida ante la mirada penetrante de unos ojos enormes y despiadados que muestra sus dientes afilados. Está rodeada de unos bicharracos gigantescos que más parecer a unos caninos hambrientos parecían monstruos salidos de un cómic de terror. ¿Qué lobo puede tener ese porte?
Elena se siente perdida, devorada por las fauces de esa camada violenta. No tiene con qué defenderse, ni buscando con la mirada un palo o madero sobre la nieve. Pronto las altivas patas de esos engendros avanzan hacia ella, mientras la calurosa saliva se desborda entre sus lascivos colmillos sedientos de sangre. El miedo paraliza su cuerpo sin encontrar el remedio para salir de esa terrible situación. En su mente puede verse como devoran su cuerpo sin dilación. Las lágrimas caen heladas como pequeñas gotas congeladas que acarician su rostro helado por el frío. No puede moverse, cada paso es una provocación. Son demasiado grandes, demasiados lobos para salir indemne de ese lugar.
Cierra los ojos y reza lo que sabe rezar, lo primero que ha recordado, entregando su destino ya escrito, pensando quizás que probablemente acabaría como el fantasma de la cabaña; un ente errante en ese bosque solitario.
Repentinamente cuando se cree ya alimento para bestias, oye algo que la despierta de su ensoñación. Una lucha, un gruñido, no sabe qué. Oye como los lobos después de un leve enfrentamiento, huyen despavoridos, aullando en la lejanía, seguido de una presencia que la nombra tras ella…
_ ¿Elena?...
Se vuelve angustiada y desesperada rompe a llorar. Ante su mirada perpleja encuentra los ojos de Víctor que la observa angustiado, preocupado por ella. Se abrazan y su calor le sirve de consuelo en medio de ese árido y blanco paisaje.
Víctor la lleva a su cabaña. Caminan hacia le vieja y derruida casa, dejándola atrás, cruzan por una vereda de árboles y le conduce hasta su hogar.
La chimenea está encendida y puede notarse el calor resguardado. Hay pieles colgadas en las paredes adornando la estancia. Es un lugar acogedor, agradable. Le acompaña a sentarse junto al fuego, aun está conmocionada por todo. Su mente se ha quedado bloqueada por un instante. Víctor le ofrece algo de tomar caliente para consolarla.
_ ¿Está mejor?_ le pregunta.
_Dijo que no había lobos por aquí.
_Lo sé. Yo también me sorprendí.
Ella tirita como si el frío hubiese calado bien hondo en sus huesos. El viento azota de pronto contra la casa, se siente la tormenta cerca y la nieve comienza a caer apresurada.
_ Va a tener que pasar la noche aquí_ deduce acertado él.
Elena pone cara de circunstancia y languidece su piel, sintiéndose perdida.
La mente es en ese momento un hervidero de emociones, sensaciones, de pensamientos descontrolados que no tienen “ni pies ni cabeza”. No comprende al destino que le hizo viajar hasta ese lugar recóndito. Víctor mostraba ser un personaje peculiar, confuso. No puede entender cómo hizo para espantar a los lobos. Con el miedo no pudo mirar, solo pensar que estaban sus carnes entre los dientes de esas bestias. Solo oyó algo, una pelea entre monstruos salvajes que querían dominar el territorio.
Otra parte de su mente, agradece la aparición de ese extraño en su vida, sino fuera sido por él, estaba perdida, siendo el almuerzo de esos extraños lobos. Está absorta por el ambiente y las palabras se pierden en su subconsciente dejándose llevar. Van y vienen sin encontrar la forma de hacerlas palabras y explicar, preguntar, para hallar respuesta a esas incoherencias que dominan su cabeza. Quiere arriesgarse a no ser creída, a que la tomase por loca. Necesita una respuesta, pensando en la posibilidad de que él supiese algo, alguna cosa que le condujera a hallar la verdad. Tiene claro, que Víctor sabe más de lo que calla.
_ ¿Por qué esos lobos eran tan grandes? No son lobos normales_ comenta ella, esperando ser contestada.
Víctor la mira penetrando profundamente en su mirada, haciéndola sentir escalofríos.
_Tal vez el miedo hizo que los viera más grandes.
No era la respuesta que esperaba. No entiende por qué sale siempre por la tangente, siente que oculta algo grave.
_ Usted, ¿es sincero conmigo?_ le pregunta.
Toma un sorbo del jarrillo que le ofreció. Él, camina hacia la chimenea perdiendo sus ojos mirando al fuego, observando cómo arde la leña. Un silencio les rodea, solo se puede oír los silbidos del viento pegando en las paredes de la cabaña.
_ ¿Qué es exactamente lo que hay en mi cabaña?_ pregunta ella, sin dilación.
Víctor se vuelve hacia ella, la mira a los ojos, contempla un rostro preocupado, asustado, interpretándolo como una verdad, una verdad existente.
_Yo no me invento nada, está allí, en casa, esperando caer la noche para hablarme, susurrarme al oído.
Ambos comparten una complicidad confusa. Ella intenta penetrar en su mente, buscar la verdad que oculta y por qué la niega. Él, intenta no expresar lo que siente ni lo que es, ocultando una realidad que no quiere revelar.

La noche apaga el día de nuevo en el bosque. Elena duerme en el sofá envuelta en mantas. Repentinamente la voz del silencio se otorga de nuevo y busca desesperada, sobresaltada en los rincones oscuros de esa cabaña. La ha seguido hasta allí, la persigue incansable sin entender nada. Víctor no está y se levanta para ir a buscarlo. Lo busca en la habitación cercana y no lo encuentra, es más, parece no haber dormido nunca en ella. No entiende nada, no comprende dónde puede estar con lo que cae en el exterior de la casa. Está sola de nuevo, perseguida por un ente que no da la cara. Empalidece y se queda en medio de la sala, de pie, entregada a esa voz de ultratumba que aclama desesperada.
_ ¡¡BASTA!!_ grita ella_. ¡¡QUÉ QUIERES DE MÍ!! ¡AQUÍ ESTOY! ¡HAZTE VER, DA LA CARA!_ añade con desesperación, con ganas de acabar con todo.





Continuará...

lunes, 29 de noviembre de 2010

La Dama del Lago

 
Carolina camina por entre las malezas del bosque. Deja atrás en la lejanía a toda su familia: su marido y sus hijos que están jugando al balón en el llano, junto a unos amigos. Habían decidido pasar un día de campo entre amigos y familiares. Respirar aire puro y descansar del ajetreo de la semana. Había mucha gente ese día en el bosque. Todos estaban pasando un agradable momento familiar sin acordarse de los problemas y el trabajo.
Carolina estaba últimamente algo deprimida y necesitaba desconectar un poco. Cuando nadie se da cuenta se despista y se adentra por un sendero. Sabe que no debe hacerlo, que está prohibido andar por esa zona, que no debe salirse de la parte recreativa y pública.
Ella en ese instante solo quiere desaparecer y saltarse las normas. Cree que no pasará nada porque ande un poquito por el bosque, no va a suceder nada malo. Todos están distraídos jugando y pasándoselo bien, nadie la echaba en falta por el momento.
Mientras camina puede oír el eco de sus voces y de las demás personas, que cada vez las siente más lejanas. Una brisa fresca repentina la envuelve y le hace sentir sola. Oye el cantar de los pájaros en el entorno. Entonces se abraza sobre si misma sintiendo una especie de escalofríos que la inquieta. Percata que quizás se alejó demasiado, entonces siente algo de quietud y malestar. Observa el entorno repentinamente callado y sombrío. Los árboles son tan altos y están tan juntos tan llenos de vitalidad… Hay malezas y arbustos poblando los pies de estos, que se siente perdida y confusa. Entonces piensa que quizás no fue buena idea haberse adentrado tanto en ese lugar. Aunque por otro lado, piensa que todo es tan bello y tranquilo que trasmite mucha paz. Una paz que ella estaba necesitando.
Al caminar unos pasos más, se encuentra con un precioso lago, un lugar impresionantemente bello. El agua era de un color transparente y claro. Camina hasta la orilla y respira profundo sintiendo una relajada, tranquila sensación placentera. Se sienta en un viejo tronco y se pone a observar el paisaje, a disfrutarlo, a sentirlo en su interior. Toma aire varias veces oxigenándose por dentro. Siente tan puro su aroma que hasta le duele al respirar. Por un momento piensa que quizás no fue tan mala idea llegar hasta allí. Todo es tan vibrante, tan relajante, que siente la necesidad de permanecer eternamente sentada en ese lugar.
El tiempo se pasa en un instante sin previo aviso. Sabe que tiene que regresar en cualquier momento, pero no tiene ganas de hacerlo. Mira a su alrededor y disfruta con lo que ve y siente. Los pájaros parecen estar dando un concierto para ella sola y eso le encanta. De niña siempre soñaba con vivir en el bosque y ser como las hadas, reinar en un mundo maravilloso y proteger la naturaleza.
Mientras su imaginación divaga por esos confines, algo comienza a suceder en el agua del lago.
Sus ojos están perplejos y abiertos como platos al observar un acontecimiento extraño que surge de repente sobre la transparencia del agua, burbujea en el centro frente a su vista. Una especie de neblina aparece casual y una reluciente luz parece emerger de sus entrañas.
De entre medio de todo ese trajín sobrenatural, comienza a aparecer la silueta de una mujer, una señora muy bella que flota sobre el agua. Los cabellos dorados y sus ropas transparentes bailan al son de una brisa envolvente que la deja exhausta. Toda ella era luz, una luz especial y maravillosa.
Aquella extraña visión no parece darle miedo, no siente nada malo y en cambio la llena de una paz extrema. La sonrisa de la mujer le contagia confianza y serenidad. Ofrece su mano invitándola a entrar en el agua. Siente que le habla palabras que no se oyen, ve como sus labios se mueven y pronuncian… ¡Ven, ven hacia mí, no tengas miedo!
Carolina se levanta del tronco y comienza a caminar despacio, casi puede tocar con las puntas de los zapatos el inicio del agua. Anda hipnotizada hacia esa divinidad que le aclama. Poco a poco penetra en el agua clara del lago. Algo confusa le hace mirar a sus pies y siente que el líquido transparente no la toca y ella camina sobre él. Sus pasos se aproximan hacia la desconocida mientras anda sobre esa fantasía, pudiendo observar como los pececillos nadan bajo sus zapatos.
Esta cerca, muy cerca de la dama hermosa que mantiene su cuerpo flotando sobre el cristalino lago. Pronto, roza su mano y siente la luz que envuelve a la extraña mujer recorriendo su cuerpo también, llegando a ser parte de un todo. La neblina las envuelve trasladándola a una nada confusa que no entiende, pero aun así no tiene miedo.
En el exterior de toda esa magnitud extraña, se oyen los gritos que la llaman desesperados, mientras se puede oír en el lago un gorgoteo de burbujas que engullen algo.